LECTURAS 2015

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   POEMAS Y PROSAS
PARA
JÓVENES

Arturo Maccanti



              


Selección de Teresa Acosta Tejera
      Una mano que escribe
construye un laberinto
para los otros siempre

de Con la luz que sea suya



POEMAS PARA UN NIÑO
QUE MURIÓ EN NOVIEMBRE
(1958)

  
IV

Mi infancia -que noviembre configura-
tuvo el juguete roto de mi risa,
un barro cotidiano en la camisa
y flotando en los ojos la amargura.

Mi infancia fue el país de la sonrisa,
con trompos en la tarde dulce y pura,
y una cometa verde que en la altura
era un sueño feliz lleno de prisa.

Tuvo un niño perdido y encontrado,
y un noviembre lentísimo y mojado,
que de todos los meses fue el más triste.

Un niño como yo llamado Arturo...
¡Oh, niño del recuerdo, que te fuiste
entre juegos y nubes al futuro!–.


MOMENTO


La lluvia se fue lejos. (Aros, niños, la plaza...).
Los árboles desnudos
en los charcos de agua,
y un aire que me trae
un aroma de infancia.
Esta tarde quisiera
ser una cosa blanca.

Algo que se quedase
aquí, cuando me vaya,
 como un juego de niños bajo las nubes claras.
Mi vocación ha sido
ser aro, niño, plaza...


A TUS MANOS


Tu mano es una nave de promesa,
donde la nieve pura se deshoja,
con un caer lentísimo de hoja
del árbol de tu cuerpo, porque pesa.

Tiene tu mano sonreír de fresa
si por el aire va, cuando se aloja
en los pliegues aéreos; si se moja,
sabe tu mano a mar que llora y cesa.

Suspendida al amor que se avecina,
tu tenue blanca mano descamina
todo lo que en el viento se te enreda,
y más que mano tuya, es ave en vuelo
erguida y suplicante, cuando queda
tu mano pentapétala hacia el cielo...


POEMAS
(1959)



EN QUE EL POETA RECUERDA
   
Como quien gira siempre en una noria,
me pongo a darle vueltas a la vida,
pero el olvido todo me lo olvida
y ya recuerdo mal aquella historia.

Historia de una luna migratoria
con la alondra del alma entremecida
y el eco de una voz casi perdida
en el blanco país de la memoria.

Y recordando dejo tristemente
al niño corazón entre sus brazos
y así no vea alborear el día

de saber que la vida es solamente
pedazos de recuerdos y pedazos
de sueños y pedazos de alegría…



EN EL TIEMPO QUE FALTA
DE AQUÍ AL DÍA
(1967)



DE SUS CIELOS NATIVOS                        
 Tierras de Gran Canaria, sin colores,      
secas, en mi niñez tan luminosas      
Alonso Quesada            
                                             Volveré a ti, isla mía,                                            
redonda madre tierra.
El corazón, como un viejo exiliado
que se marchó a la fuerza
de sus cielos nativos,
con ademán nervioso prepara el equipaje.
                                           Lejos de ti no hice                                                 
mucha fortuna, ¿sabes?,
pero a cambio del oro    
traigo plata en mi pelo,
y estos hijos, que crecen
en torno a mí, que todavía soy niño.
Como un niño quisiera
                                                    regresar, isla mía,                                                  
                                                         paraíso perdido.                                                     
Saltar del mar paterno
a la materna tierra.

Ya no me queda mucha
inocencia en los ojos.
Después de tantos golpes,
es todavía un milagro
que se conserve intacta
mi antigua inclinación para el asombro.

Amargo ha sido el tiempo
fuera de la niñez, y ahora,
a medida que el tiempo va pasando
y envejezco detrás de la ventana,
descubro que la vida
sin tu amor fue destierro,
hoy que vengo buscando la alegría
que perdí en tus amadas orillas luminosas...



DEL DESTINO



Me acerco al mar esta tarde de otoño.
Vuelan unas palomas salvajes en la orilla.
Por el acantilado
trepa el sol del crepúsculo.

¿Es el mar el que cambia
o soy yo, que lo veo a la variable
luz de mis treinta años?
¿Eres tú? ¿Soy el mismo?

Si no somos aquellos
-mar de la infancia, niño marinero-,
¿dónde estamos, oh mar, dónde nos fuimos,
que ninguno ha notado nuestra ausencia?

Frente al mar se hace claro mi destino de hombre.



A ORILLA DE LOS MARES


Triste y hermoso fue mi amor primero, 

como nacido a orilla de los mares. 

Aquel amor de sueños estelares 

cruzó mi corazón como un velero.

Hoy ya son otros nuevos pleamares

y otro para la vida el derrotero,

lejano amor perdido y marinero,

y otras mis alegrías, mis pesares.

Pero con todo el tiempo del olvido, 

regreso a las arenas y me hundo

en tu claro recuerdo florecido,

hermoso y triste amor, muchacha ida 

por los caminos ásperos del mundo 

con los primeros sueños de mi vida.



DE UNA FIESTA OSCURA
(1977)



COLUMPIO SOLO
(A mí hijo Hugo, 1964-1968.
Parque Municipal de Santa Cruz.
Anochece)


¿A quién meces, columpio solo? 

¿Al viento ruidoso y ciudadano?

Al pasar te descubro en la tardía

luz del verano, como en sueños,

con tu vaivén donde un fantasma

que golpea en el fondo de mi pecho

todavía sonríe sin saber…



Cerca, un reloj de flores marca un tiempo

urbano, indiferente, entre risas de niños

áureos de sol atardecido, mientras

cruzo fugaz por la penumbra

de los árboles,

ya perseguido siempre

por mí, por el recuerdo

vagabundo de un sueño que fue vida.



Al pasar se levanta la bandada

de palomas que vimos por costumbre

otros días con sol, bóvedas altas

sobre las que ha caído un mundo de silencio.

Aunque el amor no acabe,

aunque acabe el amor, columpio solo,

tú permanece fiel meciendo al aire,

meciendo al niño aquel que apenas pudo

llegar a ser mañana,

que se quedó en ayer,

y hoy cruza finalmente,

a pecho descubierto,

el vasto imperio de la sombra,

el hondísimo nihil...




CANTAR EN EL ANSIA
(1977-1980)



X. RUISEÑOR DE MI ANSIA



Las once de la mañana 
en la plaza... 

Hay un poco de sol
que me acompaña. 

¿Dónde estarán los niños
Me hacen falta, 
más que esta luz, sus voces claras, 
su condición de ángeles... 

¿Y dónde tú, hijo mío, 
ruiseñor de mi ansia? 

-Estoy entre los números, 
entre los libros, las pizarras, 
entre los corros y los juegos, 
en los pupitres y las aulas; 
yo soy los niños que tú miras, 
toda mi alma está en sus almas...


EN TU INFINITA MULTITUD DE OCÉANO 

Isla de mi dolor, 
isla de mi alegría,

en tu ámbito azul el ojo de la mente
palpó el incendio de la claridad,
el litoral a pico por donde anduve
adolescente, en el verdor
de mis años, cuando el descubrimiento
que tu quemante y radiosa existencia
me hizo saber quién era yo
y cómo sería yo: habitante disperso
en tu luz para siempre.
No importa que viniese
más tarde el temporal sobre las costas
de mi júbilo, la recia marejada
contra las cercanías de mi gozo,
arrasando el milagro de aquel vínculo
que enyugaba tu aire con mi sangre.
Por tus profundas márgenes
halló mi hambre de ser su alimento y su esencia;
mi sed de lejanías y horizontes,
en tu infinita multitud de océano,
su dimensión, su imagen, Tenerife.
Bajo el pie pasajero,
latente te descubro, tan joven de milenios, 
prolongada tú en mí, rumorosa en mis venas,
yo adentrándome en ti al paso de mis días
mortales porque humanos...



CON HILO DE ORO EN LOS CARDONES 

Altos los álamos en la plaza con sol 
de marzo. 

El viento dormirá 
en las orillas solas, en la frente tal vez 
de los acantilados. 

Es de la tierra el día 
y yo no espero nada, 
sumergido en la contemplación 
del devenir de la mañana que borda, 
con hilo de oro en los cardones, 
el vuelo sin retorno de los pájaros: 
es día de la tierra. 

El mar en un rincón, 
tal en la escuela el niño por castigo, 
en sus hombros sostiene el peso progresivo 
del universo, la bóveda vacía 
del cielo. 

Sobre las losas 
de la plaza desierta 
intento una vez más 
reconstruir el mundo, darme 
una razón de vida... 



CORONACIÓN Y EXILIO 

Si alguna vez fui príncipe 

de la luz fue en tu reino... 

Me coronaste con tu risa 

en la tibia arboleda de tus brazos. 

Hiciste para mí rosa la rosa, 

pájaro el pájaro y cetro la alegría. 

Agotaste los ojos mirándome dormir. 

Por esto acaso fueron tan hermosos mis sueños. 

A manos llenas me trajiste el mar, 

ya para siempre compañero mío. 

Fue mi primer paisaje el color de tu falda 

y tu voz la primera canción de mi existencia. 

La huella de mi pie cupo en la tuya. 

Tú eras la dicha y yo te perseguía, 

con mi pequeño corazón de niño, 

por las orillas de los mares. 

Durante mi reinado 

el sol nunca se puso 

y el mundo estuvo acorde. 

...y un día te perdí sin saber cómo, 

sin saber dónde, sin saber por qué. 

Luego fui destronado. 

Me golpeó el dolor con guantelete 

de acero en pleno rostro. 

Fui conducido al mundo, encadenado, 

humillado y cegado, hambriento y mudo, 

en la anónima noria de la vida. 

No se me ahorró miseria ni desdicha. 

Me encontré solo y escribí poemas. 

Abdiqué de la luz. 

Ahora soy viejo 

y estoy perdido entre las sombras, 

enredado en el tiempo y en la muerte, 

como tú, madre mía... 



SON LOS RÍOS 

                                                                                         (Variación) 

Como un canto rodado 

por el cauce del tiempo 

es la vida del hombre. 


Apenas se contempla 

inaugurando el mundo 

en la mañana tersa 

y ya le sobreviene 

el empujón del agua, 

la embestida del tiempo 

que le lleva por fuerza 

hacia el mar —a la muerte— 

como un canto rodado. 




MEMORIA DEL HONDO SUR
Tomar un día la vieja carretera buscando su belleza escondida, esa que la larga autopista impide contemplar, porque la mano y el corazón, el imprescindible reflejo y los factores de Einstein advierten continuamente que la velocidad, sobre entrañar un riesgo, adormece la sensibilidad ante el circundante paisaje.
Tomar un día la carretera vieja del Sur y perderse en aquel aire quieto, recobrar un pulso vivo y familiar, real y humanísimo, donde escasea el esplendor de una tierra que no es metáfora, ni prestidigitación, sino que se presenta con el limpio, modesto y austero ropaje de su aridez. Porque las tierras del Sur no son de superficie, sino de hondura, profundidad de pozos y de espejos, y quien busque el destello sólo hallará la luz gastada desmoronándose por sus cresterías lunares.
Un día cualquiera volver al Sur. No importa el corazón y no pesa. Apenas pesará el cuerpo y mucho menos la memoria, ese fardo, ese lastre que con frecuencia empaña el iris de la vida y nos oscurece la plenitud que está ahí aguardando a que nuestra indolencia y la algarabía de nuestros instintos cedan ante lo puro, ante el reencuentro de una hermosura a punto de acabarse. El Sur, el hondo Sur.
Y parece como si hubiesen nacido con la edad de un siglo, como si hubiesen cumplido cien años -de soledad sin gozo- esta tierra, estos hombres, el día mismo en que acordaron la aventura conjunta de existir. Basta verlos. La tierra echada y seca, el hombre andando y seco, enjutos ambos, calcinados, morosos y fundidos, sangres color de almagre desbordado, inundando las tierras grises.
De cuando en cuando el milagro de una flor de pascua como un golpe de brisa fresca en el rostro, ya habituado al amarillo enfermo de las canterías de piedra, al viento de levante que viene y va, gran señor, por los pardos serrijones, en el silencio solemne de los barrancos so­los, imponiendo su reglamento inflexible al hombre y a la geografía.
Y es que todo es verdad porque alguien lo ha soñado. El Sur es solamente el sueño de unos hombres. Mirad. Arafo, Güímar, Candelaria, Arona. Las hendidas gargantas de Achacay, de Erques. Fasnia como un fantasma allá en la lejanía. Granadilla caída en un sopor activo, como cruzando siempre un insólito agosto, en la distancia de mil años, mas con el rostro constantemente niño del trabajo. Y Adeje solariego tejiendo día a día su biografía inacabable. El Sur. El Sur.
Pero desde la inmensa vía ya muchos hombres no miran su belle­za. Y es triste que los hombres, afanados en su pan y sus prisas, vayan perdiendo el hábito de integrarse, fundirse despaciosamente, anularse como en los viejos tiempos, en el paisaje ofrecido, contiguo y nunca monótono de una tierra tal. Porque tenemos prisa los hombres, nos devora el vértigo de lo intrascendente. Hay prisa por llegar y prisa por volver, siempre en tránsito, siempre en la hoguera de nuestro propio acabamiento, de nuestro desgaste y nuestra consumación, mientras la tierra alrededor es vasta y pródiga, múltiple y sorprendente, y muestra su magisterio en una permanente «alta plática».
¿A dónde vamos sin mirar? Alguien dijo que aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral. Y todos caminamos a nuestro propio funeral, negándonos al mundo, cada uno en su mundo, en la celda blindada de nuestra individualidad, más bien muertos, con la cara caída sobre el polvo, como aquel caballero de Bernardino della Cíarda que pintara Paolo Uccello.
Quien viva en la urgencia que no venga a estas tierras. El Sur es para quedarse con los ojos abiertos y la respiración contenida. Es para quedarse y poner un hombro desnudo. Es para entregarse a cambio de nada y de todo, enriqueciendo la vital experiencia. Cada día me digo que si de alguna parte soy, de aquí soy, y si algo alivió —como aquella mano materna la frente enfebrecida—, ahora que inesperadamente he envejecido, los terrores y las obsesiones de mi niñez, fue la contemplación de este espacio de tierra áspera y mía, en apariencia esquiva, donde he visto esta luz y este hombre; ese que baja, en la difusa claridad de los atardeceres, con su asno cargado de hierba pobre, seguido de un perro hambriento, camino de sus aldeas perdidas, molturando, muchas veces, su miseria con su entereza, su abandono con su resignación, en sus lentos molinos interiores; el mismo que de pronto hace un alto en su andar y quitándose el arrugado sombrero, para secarse el sudor del pesado día, mira el mar y suspira sordamente pensando y pensando. Y luego se va, ya en la luz sombría, por aquella vuelta del camino, y aparece de nuevo, recortando su silueta sobre las quietas lomas, y por último desaparece, exactamente, para siempre, sin dejar rastro, ni ruido, ni memoria de sí.

Quien tenga prisa que no venga. Que no salte esa cerca, ni toque esa mata de geranios, ni corte ese ramo de salvias. Pase de largo, y vuelva a sus inútiles quehaceres. Entre los muros, hay senderos, ángulos; zigzaguea el lagarto husmeando el rojo fruto del tomate; desde el aljibe los pájaros observan a los seres, y en el cañaveral de aquí mismo el aire orea la recosida sábana, la camisa con lamparones indelebles, la humilde enagua femenina, los pañuelos del sudor y del llanto, y entre las tejas, que curtió un sol implacable, se escapa el humo denso de las cocinas oscuras, y llora el niño en el umbral del mediodía. El Sur.
Para quedarse, y para andarlo, para pasar la mano por él, el cora­zón por él. No me deslumbra el verdor de los pinos, la cristalería de los acantilados, los azules del norte suave de esta tierra. Me desespera tanta perfección conforme, ese paisaje simétrico, igual, exuberante, fácil para los fáciles, postal, folleto, industria, donde la exclamación es súbita frente a un paisaje que se mete por los ojos y allí se queda sin saber qué hacer ni qué sugerir. Mar azul, valles fértiles, rosas ro­jas, orquídeas, cuánta luz derramada como un río sinfónico, todo es oro, corre la vida bajo las estrellas y el mismo viento amaina su galope ciego y desordenado, volviéndose confortable, consecuente. Dócil el Norte se acomoda.
Pero más allá, por detrás de las altas serranías, hay una tierra como un puño. Tierra que no se dobla. Antes se parte como el vidrio. El Sur. El Sur es hombre, y vive en vela, esperando las aguas. Contra el impá­vido celaje del otoño, él se mira «en los montes: son espejo para todo lo vivo» y alinea sus cardones fieles y sedientos en lucha con la torva sequía. Allí hay que ver al hombre. Nadie le aplaude. No hay premios. Sólo clima enemigo. Del mar, incluso, sube una vaharada de salitre caliente para quemar en una misma pira los huesos y la piel, la posible cosecha, la esperanza. Es terrible esta tierra, terrible y generosa al mis­mo tiempo. Como todo lo hondo. Vivir es conocer. «Nací a la orilla de la mar, y supe. Mas no miré sus aguas», sólo esta tierra en llamas.
Como muchos, tampoco yo tengo un trozo de tierra donde caer­me muerto. Pero sé que cuando caiga, como muchos, quiero allí caer sobre toda esta tierra que se mira hacia dentro, ámbito donde es hermoso, sin embargo, el cielo, y donde la chumbera, las retorcidas vides, el olor a existencia, todo lo que yo amé por simple y natural, fueron y serán siempre «el otro posible sosiego» de mi condición isle­ña. Así será esta tierra mía. Lo demás es lo otro.
Por eso digo que quienes tienen pájaros en la cabeza, el pie an­darín y el ojo inquieto es mejor que se abstengan de invadirla con su música urgente. Los hombres «pasan» casi siempre y casi nunca «están» en parte alguna; el pie les trae y les lleva, pero en el fondo es la inquietud de su propia vida, su personal inconstancia, lo que verdaderamente les obliga a nomadear tras espejismos vanos y donde finalmente van a perderse sin remedio.
¿Qué razón tiene el corazón para así buscar el Sur? ¿Por qué a estas alturas de mi vivir me doy cuenta, o mejor, descubro, deslumbrado y atónito la desnuda hermosura de esta tierra, sus secretos, sus símbolos? ¿Por qué en el breve contorno de una isla -«nos dieron de tierra sólo un puño, de cielo todo el cielo», que escribió Rafael Arozarena en un viejo y maravilloso libro inolvidable-, por qué, digo, en el breve contorno de una isla hay para mí una parte de ella donde definitivamente me reconozco y encuentro las raíces de mi ser? ¿Qué tenía que ver yo con todo esto para que todo esto tenga hoy que ver conmigo? ¡Qué lazo indisoluble! «Qué sed horrible. En tierra seca, nada. Tendido estoy y sólo veo estrellas. El agujero de mi pecho alienta. Pienso, no hablo. Siento. Alguna vez sentir fuera vivir. Quizá hoy siento porque estoy muriendo. Y la postrer palabra sea: sentí». ¿Qué esperan estos hombres y qué les da esta tierra? Podrían marcharse, pero no se van. Yo no salí, y regreso. Les veo trabajándola. La roturan. La siembran. Hablan solos porque acaso están solos. Irredentos. Esperan con una voluntad que no vencen los días. Mañana, tarde y noche. Primavera y otoño. Lunes tras lunes. De sol a sol. Año tras año. Hay siempre un hombre doblado sobre la parda tierra. No se le ve porque se funde en el paisaje. El mundo gira. La muchedumbre pasa por el asfalto negro.
Echar un día por la vieja carretera del Sur y descubrirlo casi con el albor del primer día de la inocencia. Sentir la tierra del hondo Sur. La he visto. Ahora comprendo porque siento. Pero el que siente mue­re. Pero existe. Arona. Arafo. Granadilla. Güímar; barrancos donde sólo canta el viento, llanos, aldeas, humaredas distantes, ponientes rojos, caseríos, escalones de tierra que suben sólo Dios sabe dónde, voces lejanas y el mar que va volviéndose de un gris oscuro como el otoño cuando llueve. Y el silencio. El silencio que aquí se puede tocar y que si lo tocas te da frío. Y un hombre que trabaja, por obsesión dirán algunos. Yo sé que es por amor. El Sur. Pasión del Sur...





NO ES MÁS QUE SOMBRA
(1993-1994)


CON LA LUZ QUE SEA SUYA


Una mano que escribe 

construye un laberinto 

para los otros siempre. 


Dédalo es el poema. 


Quien se aventure, hágalo 

– sin el favor de un hilo, 

sin el amor de ariadnas– 

alumbrándose sólo 

con la luz que sea suya. 


Si regresara un día, 

no fue poema entonces. 


Si no regresa nunca, 

es señal de que fue 

presa del minotauro 

que aguardaba en su fondo. 





GEOMETRÍA 

No hay más, 

en este mundo, 

que isla, cielo y mar. 


¿Bastan tres puntos solos 

para determinar 

–el plano de– 

la vida? 





DESTINO 

Marinero no fui. 

No he sido nunca un nauta aventurero. 


Yo me quedé a la orilla de este mar, 

soñando las distancias. 




POR LAS ALTAS TIERRAS 

En las rocas de marzo, 

blancas a la intemperie, 

riela la luna. 


Yo, por las altas tierras 

de la isla, atalayo 

el mar nocturno 

que pasa allá a lo lejos, 

como un monstruo de sueños, 

lamiendo las orillas 

lentas bajo las bóvedas de estrellas. 


En el tas del silencio, 

¿quién bate el corazón, 

más perdido que ausente, 

hasta volverlo 

pan de oro por dédalos de mar, laberintos de islas? 




PERRO DE SOMBRA 


Reloj de la alta torre, 

cuando ya no me alcancen 

tus campanadas, cuando, 

ya alimento del tiempo, 

agua y pan que yo he sido, 

me devoren, al fin, las fauces de los días, 

seré un perro de sombra que seguirá mordiéndose 

su propio corazón 

por los patios lluviosos, 

por las calles oscuras de Guerea, 

por aquel palmeral de viento y de rumores 

donde dejé la vida, 

entre la ciega niebla de febreros 

despoblados y urbanos. 


Perro de sombra sola 

que lamerá la herida 

de la luz que no hallé. 




VAHO 


Un ramaje desnudo. Una fuente de mármol. 

Una ciudad sin nadie en el invierno. 


Guerea solitaria. 

Me he perdido en la plaza, 

donde dejó la lluvia ilusorios espejos. 


Aguardaré a que el alba con ellos me evapore, 

me arrastre con su vaho a lo puro invisible...



ESTACIÓN DE MILAGROS
Te miramos nosotros, de la raza
de quien se queda en tierra
Eugenio MOntale
Presentimos que llegas, primavera celeste,
sobre las islas, complacencia exaltada
del mar, bajo las nubes, golpeando
con tu ariete de luz estas rocas desiertas.
Tu tiempo de embriagarnos
breve será, pues los días resbalan:
apenas un erial de tabaibas, el viento
siroco y la desazón de vivir
a la deriva en naves
batidas por oleajes incansables.
Siempre supimos que vendrías,
gozosa de aliviar nuestra pobreza,
y que te irás cantando el esplendor,
fuertemente abrazada
a la brisa del mar, siempre conformes
con tu llegada por el vilo del agua,
con tu extinción después, como sol, en los párpados.

Pero ahora tu pie, estación de milagros,
toque fugaz la orilla de esta tierra,
su parvedad de mundo.


LA TIERRA SOLA
.
..que tiene el mayor mar como camino... 
Alonso Quesada
Mi pequeño país de inmenso cielo,
de inmenso mar,
he caminado por tu piel de tierra,
tu arboleda de alisios, tus litorales solos,
aspirando el olor, la savia de tus lavas,
en el aire que cumple mi edad y mi memoria.
Por la luz de tus cumbres descubrí el universo
la mañana primera, con otra luz ahora
que empiezo a desnudarme de sustancia,
que amo más tu hermosura a medida que avanzo
por las selvas del tiempo.
Me he desangrado sobre ti.
Tú siempre me has devuelto duplicada la sangre
y más claro mi sueño.
Si he sido un hijo de tus soledades,
si sufrí como míos tus yugos y abandonos,
si amparaste a mis muertos, si das luz a mis vivos,
si nada te pedí a cambio del amor, mira, al menos, cuando sea ceniza,
que no me esparza el viento más allá de tu orilla...




LENGUAJE


Hablé siempre mi lengua con amor. 


Este dulce lenguaje de pájaros marinos

 que acentúan su canto con el viento 

y cadencias de océano.




ESTO SÉ 

Que dividimos el mar, pero el mar siempre es uno. 

Que islas y continentes forman la sola tierra iluminada. 

Que todos los seres juntos suman un solo ser. 

Que es único el amor aunque finja otras luces. 




II


Desde el balcón nocturno veo pasar las horas. Hay rumor de universo.
A lo más que he alcanzado de su misterio ha sido a bracear en su orilla de mar innumerable, a perderme en sus mitos, siempre en los umbrales de la percepción, como la torpe mariposa deslumbrada que no se precipita en la llama, que sólo gira, sin cesar, en sus bordes.
Frente a mí, una prodigiosa cassia spectábilis deja caer, como lluvia, su amarillo torrente sobre la hierba del jardín ciudadano. Un pájaro repentino, moviéndose entre el ramaje, aliado con una ráfaga de viento, ha provocado un diluvio de pétalos sobre el busto de bronce del poeta jocoso, y la realidad ahora ya es otra por el don de unas alas, por la gracia de un aire.
Único huésped yo del instante, nadador del silencio, me aproximo consciente al principio de un día, a la orilla de otro océano tortuoso del tiempo.




III 


 Apenas ha llovido mientras estaba dentro, tocado por el fuego de las palabras, y es como seda el agua caída sobre los mudos techos de tejas y verodes de Guerea; en el asfalto es pátina oscurísima, resaltando las estelas de la luz vencida de las farolas; haciendo, si esto fuera posible, más leve la quietud de este instante del mundo.

   Tardará poco el alba -pienso- en devorar tanta belleza, en hacer desaparecer tu magia impecable, ciudad mística y mítica, pero, hasta entonces, el pensamiento de mi existencia se quedará vagando entre el balcón y las distancias, cogido entre la noche profunda y la turbia sesión del tiempo pasajero.





VIAJERO INSOMNE
(1997-1998)




TIERRA ADENTRO 


En el atardecer 

al viajero 

distrae 

el vuelo 

de un pájaro 

insólito 

nocturno 

marino 

tierra adentro 

hasta perderse 

en 

la 

nada. 




MAR


Para Pizca y Jorge Rodríguez Padrón


Se rompe el mar contra 

la isla. 

Contra 

la isla 

el hombre más. 




EL HOY IMAGINARIO 


Del ayer, flor exangüe, aspiramos 

su perfume heridor: 

la memoria. 


El mañana 

es también otra flor, 

pero no huele a vida. 


Y entre ambas se extiende 

el jardín del instante. 


El hoy imaginario. 




ESPACIO 


Un hombre solo está 

sobre la arena sola. 

Frente al mar solo. 

Bajo el cielo solo 

de la isla 

sola 

del mundo. 





EL INCIERTO 

Certezas son: 

el agua, 

el tiempo 

raedor, 

ese perro 

olisqueando 

entre 

las inmundicias, 

el sol, 

la rosa de granito, 

el jinete 

saltando 

el seto 

transparente 


el fulgor 

del hacha. 

El 

incierto 

soy 

yo. 





LLAMO A LAS MUCHEDUMBRES 


Cansado de ser isla, 

chatarra de hélices y anclas, 

de óxidos sitiando 

el sueño de ser más 

que un escollo difunto, 

llamo a las muchedumbres, 

a huracanes que tuerzan mi destino, 

y sienta yo que existo 

por el latido de otros pulsos. 



¡Ah, que mi lento ocaso de isla en la tarde 

se ensordezca con gritos y tumultos, 

mientras avanzo, inerme, aún más alto dolor! 





ÓXIDOS
(2002)





LA PALABRA 


Como semilla 

que de la luz más honda se desprende, 

próximo ya su tiempo para darse, 

un día la palabra cae en la tierra 

del corazón y allí germina. 


Allí germina para darse a otros. 





A LA LUZ 

Como en sueños camino 

entre opulentos bienes 

míos mientras los guardo, 

igual que hace la gleba 

con la simiente oculta 

-que pierde cuando se abre, 

tallo verde, a la luz-. 





EL POEMA 

Enséñame palabras acuciantes

 que vadeen el río de los otros. 


Enséñame tú, vida, el paraíso

 de la sola verdad sin rostro: 

el poema. 





EN UN RUINOSO MURO DE LOS ALREDEDORES 

Para Reyes y Pepe Abad 

En un ruinoso muro de los alrededores, 

el musgo verdinegro 

ayer, no hoy, le pide al cielo un poco 

del vaho tenue de la niebla, al menos. 


El no pide ser flor, ni ser estrella: 

él vive sólo de su fe en la lluvia para sobrevivir 

a salvo del olvido. 





LUNA 

Ahora que empieza el año, 

sobre Guerea cruzas 

el firmamento, sola 

y libre, 

acicalada, 

con tu digno decoro 

de vieja dama, y 

tu rostro 

es 

una hoz 

que corta 

sin fin el universo, 

ilumina y refleja 

el camino del tiempo, 

del tiempo que va haciéndome distancia, 

polvo solar y ausencia, luna sobre Guerea. 




PASEO POR LA TARDE DE INVIERNO


Nubes ya no se ven, al menos hasta donde 

su discreto poder ejercitan los ojos; 

se podría decir que la tarde está quieta, 

que el perfil de los montes -San Roque, Mesa Mota- 

es más preciso ahora con el sol morituro; 

que brillan los tejados bajo el aire ya frío 

y que sueña Guerea, donde el tiempo me vive. 




EL VOLCÁN Y LA ISLA
(2003)



II 

Ciertos hombres sueñan que construyen volcanes. Van a un lugar de sol, amontonan arenas, se hieren las manos, sudan, arbitran modos de crear fumarolas, lavas que se deslicen.

Miran al cielo, a los relojes, cuentan los minutos de la tardanza. El simulacro permanece mudo. No les sirve la inteligencia. Ni la técnica. Hablan. Ante el misterio se sienten impotentes. El misterio es el fuego, o más bien, la raíz del fuego, o más bien, el centro incandescente de donde todo prodigio fluye, ya hecho luz, iluminando al hombre, a los hombres que sueñan que construyen volcanes imposibles.



III 

Ingenua complacencia, o desmedida soberbia, creerse nacido de un volcán. Nada más parecido a la locura que esta suficiencia de colocarse en el cráter ficticio para así pensarse un dios, un dios que precisa de bolsillos donde esconder el temblor temeroso de las manos, la insolencia de la mente humana desafiando siempre, como si el peligro se volviese un juego, la llamarada imprevisible de la entraña terráquea.





Sobre la orilla el mar gasta las rocas, con sal levanta castillos imaginarios, túmulos de crustáceos, estrellas marinas, restos de caparazones antiguos. Es la herencia que el mar ofrece al solitario que por las orillas vagabundea.




VI 


Hasta que el vagabundo, de espaldas a la heredad vivificante, se goza en detenerse o caerse en un hoyo olvidado del arenal. Allí se mira eterno. Mientras, abandona los dones de Neptuno, se dice «soy Plutón» y fuma largamente su eternidad mentida.




VII 


¿Cómo medir la nube que pasa, el mar brillante como una gema, el litoral lejano de una isla?

¿Cómo saber del agua que sustenta esa columna dórica de humo?

¿Puede pesarse, de verdad, un volcán, su amenaza, su oscura berza, su desorden?









HELOR
 (2003-2005)


EL LOCO
En la orilla del mar,
del mar que ciñe...
Ignacio de Negrín Núñez (1830-1885)


En este rincón de una costa lejana de una isla lejana, 

nada pienso ni espero. 

Sólo recojo a puñados la arena 

para arrojarla contra el mar. 





COMO UNA PIEDRA 

Tirad a la memoria, como una piedra a un pozo, 

esto que hondo aletea en mi alma:

un pájaro de oro, y cada primavera cantaré en los caminos. 


Y cada primavera yo volveré a Guerea. 





LADERA AL ALISIO 

Que me dejen soñar... 

Manuel Verdugo (1877-1951) 

En un lecho de hojas, 

las manos en la nuca 

y los ojos cansados: 

estoy esperando el sueño. 


Este es mi reino, 

abierto al firmamento 

estrellado, esta noche 

de lunas y luciérnagas. 





HALO 

¿Qué hombre 

no lleva siempre de la mano 

a un niño eterno 

en un halo de niebla? 





EN LA GLORIA DE ABRIL 

Lívidos, en las playas, restos de algas 

con vaivenes flotaban. 


Las pardelas

huían del mar en cortos vuelos, luego 

en altas oquedades se ocultaban 

silenciosas. 


Las nubes en los montes 

se alargaban dispersas, todas blancas, 

y en las calles, donde ciega la sombra, 

como una joya pálida, invisible, todo 

el aire recogía la luz. 


Sólo, en aquella primavera, tú, 

que estabas hecho de cristal, eras diáfano, 

tanto como lo es el sol en la gloria de abril. 





ANCLADO EN LAS ARENAS 

(orillas de El Pris) 

Bajo el sopor de agosto, 

deslumbrador me ciega un mar cambiante 

entre quietud y movimiento. 


Arde la isla. 

Giran las gaviotas, 

y a las barcas varadas en la orilla llegan los marineros. 


Ya son muchos 

los que se adentran por el mar cantando 

con su trajín de remos y aparejos. 


«¡Qué afortunados!» -pienso, 

mientras los veo partir. 

Mientras me quedo anclado en las arenas, 

por cobardía o tedio, 

mirando cómo crean, 

en la diversidad, la vida única. 





DESTINO 

Para Juan-Manuel García Ramos 

Creo que nada tengo que esperar, 

o muy poco, 

de esta tierra, 

e incluso que jamás 

de ella escaparé, 

jamás de sus leyendas de aborígenes 

y atlánticos sonoros 

bajo la neutra luna, 

o del fuego escondido 

que en la cima de un monte 

desvía las nevadas o detiene las nieblas 

del consagrado alisio. 

Creo que aquí me alcanzará mi última hora. 

¡Tan reacia a rendirse es la esperanza! 








OBRAS RESCATADAS Y OBRAS INÉDITAS

AMOR O NADA (1954)


Para Manolo y Josefina,
a la sombra del mar.




Os hablo de la luz de esta jornada;
de una mano de amor sobre este hombro;
del corto corazón ante el asombro
de verse la tristeza derrotada.

Os digo, por la herida en que me nombro
y por esta esperanza desvelada,
que el hombre es sólo amor antes que nada,
antes de que regrese a ser escombro.

Os digo que la vida es cordillera;
cada uno la alcanza a su manera
y es muy triste quedarse en la estacada.

Es muy triste quedarse –como un río
sin agua– sin amor, solo y vacío,
porque el hombre es amor. Amor a nada…





TAGOROR DEL RECUERDO
(Brahms)
Cómo cae la lluvia, cómo el otoño muere contra los ventanales de la casa, y tirita
el solemne castaño porque el frío lo hiere, y es igual a la suya mi tristeza infinita.
Calle abajo, las aguas, a Santa Catalina,
llevan hojas y cartas de amor hacia la nada,
y la tarde que un tiempo llegó a ser cristalina, hoy es sucia y opaca como una madrugada.
Campanas a lo lejos.
Por los cielos mojados zureará en Guayonje la paloma salvaje
y anidará en las cuevas de los acantilados.
Cuando vuelva a la tierra, tu luz y tu paisaje
de torcidos viñedos y de campos callados, Tagoror del recuerdo, llevaré en mi equipaje...